domingo, 21 de septiembre de 2008

El cacao: alimento de los dioses y los hombres

El cacao es una planta cuyo nombre científico, “Theobroma”, significa “alimento de los dioses”. Y es que así lo consideraban los antiguos habitantes de México, quienes creían que esa maravillosa planta les había sido concedida por su benefactor, el dios Quetzalcóatl, junto con otros dones, para deleite y alegría de ellos. Con los frutos del cacao, los aztecas y mayas fabricaban una reconfortante bebida que llamaban “chacolatl”, origen del sabrosísimo chocolate que ingerimos hoy. La historia del cacao y del chocolate es la apasionante historia de cómo los hombres supieron aprovechar una planta que es un verdadero regalo de la naturaleza.
El cacao (como la patata, el maíz y el tabaco) es una planta originaria de América que fue conocida por los europeos después del viaje de colón. Es un árbol propio de las regiones tropicales, especialmente de Venezuela y México. Después de la conquista fue trasplantado a las Indias orientales, en Asia, y al África, donde prosperó extraordinariamente. Hoy su cultivo está difundido en América Central, África Ecuatorial y el sudeste de Asia.
El cacao puede alcanzar de 4 a 12 metros de altura; sin embargo, en las plantaciones o cacaotales no se le permite que pase de 3 a 8 metros para facilitar la cosecha de los frutos. Las flores no tienen aroma y brotan formando racimos sobre las ramas o el tronco. Un árbol puede dar unas seis mil flores, pero sólo un fruto de cada cien flores alcanza su madurez.
Esta planta no puede crecer sin calor y sin sombra. Por eso en los terrenos destinados a su cultivo se plantan, primeramente, árboles “parasoles” que crecen más rápido, como la mandioca y el bananero, y otro árbol llamado eritrina, que los indígenas llaman “madre del cacao” por la protección que le brinda su abundante sombra.
El fruto del cacao pende del tronco o de las ramas por un corto pendúnculo y mide de 15 a 25 cm de largo y 10 cm de diámetro. Está marcado por una decena de estrías, y en su interior hay una pulpa viscosa muy tierna, que a su vez contiene muchos granos o habas del cacao. Por lo general, se efectúan dos cosechas anuales.
Cuando el fruto esta anaranjado y produce un ruido seco al ser golpeado, comienza la cosecha. Ésta debe hacerse con mucho cuidado para mantener la calidad del producto. Luego es abierto y se le extraen los granos, que son secados al aire. Después de una primera selección, los granos se depositan en recipientes recubiertos con hojas de bananero. Allí se produce una primera fermentación: el grano sufre transformaciones químicas y adquiere un típico color caoba, que es muy apreciado por los expertos.
Los aztecas conocían y apreciaban las virtudes del cacao, y en los jardines del emperador Moctezuma se cultivaba esta planta. El soberano bebía en un recipiente de oro una exquisita bebida. Cuando Hernán Cortés llegó a México, Moctezuma le ofreció chacolatl, que era preparado con polvo obtenido de los granos de cacao mezclado con hierbas aromáticas, miel y agua hirviendo. A Cortés le agradó esa bebida y envió al rey Carlos V algunas semillas de esta planta con indicaciones útiles para preparar el chocolate. Sin pensarlo, Cortés mandó algo más valioso que el oro y la plata de los imperios indígenas, pues el cacao, con el tiempo, dio origen a una floreciente industria mundial.
Cuando Carlos V saboreó el chocolate, envió semillas a la familia real de Austria y también al Papa. Luego, el cacao fue conocido en las cortes de Francia, Inglaterra e Italia. En todas ellas despertó gran entusiasmo, y en la corte del rey Luis XIV –en el Palacio de Versalles- se servía chocolate como merienda. En Inglaterra, el chocolate fue adoptado por las clases pudientes, y en 1746 se fundó el “Cocoa Tree” o “Árbol del Cacao”, uno de los clubes más famosos del mundo.
La creciente demanda de chocolate dio nacimiento a una pujante industria, en la que se destacaron los suizos, ya que en suiza se instaló la primera fábrica de chocolate con procesos mecánicos. Lo demás pertenece a nuestros días, en que todos pueden saborear este sabroso y nutritivo alimento.
Akira
Joselin

domingo, 14 de septiembre de 2008

Historia de los números

Los números los utilizamos constantemente en casi todas las manifestaciones de nuestra vida diaria, pero difícilmente nos preguntamos cómo nacieron y, menos aún, si hace cinco o seis mil años nuestros antepasados manejaban esos números con la misma facilidad con que lo hacemos nosotros. De allí que se propone entrar en el apasionante mundo de los números para recorrer el camino que siguieron a través de los siglos, y cuyo origen está relacionado con el instinto de la propiedad.
La invención de los números data de los albores de la humanidad; de allí que el profesor Puig Adam, de la Real Academia Española de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, dijera que “la Matemática es tan vieja como el instinto de propiedad, es decir, tan antigua como el hombre”. Y agregara. “Éste se sintió matemático en cuanto al afán de retener lo suyo lo llevó a contar sus rebaños y a medir sus tierras”.
Pero, ¿cómo contaba sus ovejas, sus bueyes o sus caballos nuestro antepasado prehistórico?. Pues por medio de guijarros, que iba colocando en un recipiente de barro, uno por cada animal que llevaba a pastar por las mañanas. Al regreso, por cada animal que hacía entrar en el redil sacaba del recipiente uno de los guijarros. Si aquél quedaba vacío, su manada estaba completa. He aquí cómo se manifestaba su instinto de propiedad. También, y con el mismo fin, solía hacer marcas en los árboles.
En sus comienzos, el hombre numeraba las cosas con los dedos. Si quería decir 1, levantaba un dedo; si deseaba decir 2, levantaba dos dedos, y así sucesivamente. Con las dos manos podía contar hasta 10. Para señalar un número mayor hacía girar las manos: dos veces para el 20; tres, para el 30, etcétera. (Los aborígenes de América, dice Fernando Hoefer en “Historia de las Matemáticas”, juntaban dos veces las manos y expresaban la cifra 20 y, sucesivamente, las demás restantes.) Algunos pueblos utilizaban, además, los dedos de los pies como complemento.
Estos antiguos sistemas de numeración, cuya base es el número 20, se hallan todavía presentes en el idioma francés. Por ejemplo, “quatrevingts” (cuatro veinte) es frase que se utiliza para nombrar al número 80.
Pero además de contar, después se hizo necesario escribir las cantidades. Entonces surgieron los signos o cifras, y, con ellos, también aparecieron las creencias sobre ciertos atributos benignos, sagrados o maléficos que los antiguos les adjudicaban a algunos números.
La forma de los números romanos se parece mucho a la manera de contar con los dedos que se usaba en un principio. Así, el 1, el 2 y el 3 corresponden a uno, dos y tres de los dedos levantados. La mano abierta con el pulgar estirado significaba 5, y las dos manos abiertas y cruzadas a la altura de la muñeca expresaban el 10.
Los números que utilizamos actualmente derivaron también del sistema de contar con los dedos. El 1, desde un comienzo se escribió tal como lo hacemos hoy; el 2 era representado por dos trazos, pero horizontales; el 3, por tres bastones acostados, el uno sobre el otro; el 4, por dos bastones colocados en forma de cruz, y el 5, por una mano cerrada con el pulgar extendido. Al escribirse rápidamente, sin levantar la pluma del papel, fueron tomando la forma con que los conocemos.
Los signos que usamos actualmente provienen de la antigua escritura de la India; tal vez de la edad de oro del hinduismo, época en que adquirieron extraordinario desarrollo la astronomía, la medicina y la matemática (hacia los años 320 a 400 de nuestra era), cuando la dinastía Gupta ocupaba el trono. Sin embargo, estos signos se denominan arábigos. ¿Cuál es el motivo? En el año 711, los árabes empezaron su penetración en la India, al mando de Mahomed-ibn-Quasim, y tomaron contacto con la civilización de ese país. Posteriormente, los signos a que hacemos referencia fueron introducidos por los árabes en Europa; de allí que fueran conocidos como signos arábigos.
El cero no existía; tanto es así, que en la numeración romana no figura. En los taleros para cálculos llamados ábacos –que usaban los romanos- se dejaba vacío el lugar que debía corresponder al cero. Por fin, un día ese espacio fue ocupado por el número ideado por Brahmagupta, hindú nacido en el año 598: el famoso e importantísimo cero.
Este signo también fue introducido en Europa por los árabes después del siglo X. Y como a este número los árabes lo llamaban sifr (que significa vacío), de esta palabra derivó el vocablo cifra con que se designa a los números. Pero, en realidad, el cero es la cifra por antonomasia.
Sin embargo, pese a su importancia, el cero no interviene en la numeración oral. Por ejemplo, si escribimos 5.006.004, decimos simplemente: cinco millones seis mil cuatro. Es decir, nombramos únicamente 3 números en una cifra que consta, en realidad, de 7 números.
Los distintos pueblos del mundo crearon sus propios símbolos numéricos o formas de escribir del 1 al 0. Los babilonios grabaron signos en forma de cuña (cuneiformes) usando un estilete sobre tablillas de barro o arcilla. Los egipcios escribieron sobre papiro formas simplificadas de sus jeroglíficos. Los mayas tenían dos tipos de numeración: uno compuesto de rayas y redondeles, y otro con figuras de divinidades. Los incas utilizaron los equipos o series de cuerdas con nudos. En cuanto a los signos numéricos griegos, se formaron valiéndose del alfabeto, lo mismo que los hebreos; y los signos romanos provienen directamente de contar con los dedos. Pero los números arábigos, generalizados, son los que dominan el mundo.
Akira
Joselin

lunes, 8 de septiembre de 2008

El caballito de mar

El hipocampo o caballito de mar es uno de los animales más curiosos que existen. Es un pez y, sin embargo, no tiene escamas; la cabeza y el cuello son arqueados como los del caballo, la boca es tubular; el pecho es como el de la paloma y la cola es prensil como la de ciertos monos. Además, puede cambiar de color como el camaleón y, como los de este reptil, sus ojos pueden moverse de forma independiente hacia cualquier lado. A esta extraordinaria criatura, que parece más bien fruto de la fantasía, los antiguos griegos la llamaron hipocampo, que significa: caballo encorvado.
La forma y la organización del hipocampo no recuerdan para nada a las clásicas de los peces. Su cuerpo carece de escamas, pero está protegido por pequeñas placas óseas, que forman como una armadura externa, la que le permite conservar su forma aún después de morir. Pero sigamos con su descripción, que no hace sino acentuar la diferencia con los peces. La boca es pequeña, carece de dientes y se halla en el extremo de un hocico alargado en forma de tubo. Se alimenta de pequeños crustáceos y otros animalitos marinos, así como de plancton y formas microscópicas de seres vegetales y animales.
A causa de su envoltura rígida, el hipocampo no puede nadar horizontalmente, atravesando el agua como lo hace la inmensa mayoría de los peces. Por eso nada en posición vertical y se impulsa por medio de una diminuta aleta dorsal, en forma de abanico.
Además, flota gracias a su vejiga natatoria. Si se escapan algunas burbujas, desciende y permanece en las profundidades hasta que se produzca suficiente gas, como para poder volver a subir cerca de la superficie. La aleta pectoral y los movimientos de la cola le permiten realizar rápidos desplazamientos verticales.
La cola del hipocampo es prensil y, por lo general, se enrolla hacia delante. Con ella se sujeta a las algas u otras formaciones marinas cuando se detiene a explorar los alrededores en busca de su presa.
Durante la primavera se produce entre los hipocampos una curiosa marcha nupcial, que dura uno o dos días. Durante ella, la hembra deposita los huevos en una especie de bolsa que el macho posee en su vientre. Durante 45 días, este se encarga de incubar los huevos en el saco ventral; al cabo de este tiempo, nacen las crías. Entonces se ve algo realmente curioso, con movimientos convulsivos, el “padre” arroja de su bolsa 50 ó 60 minúsculos animalitos que continúan su desarrollo en el mar.
Este extraño pez es propio del Mar Mediterráneo y de las zonas cálidas del Océano Atlántico. Por lo general permanece cerca de las costas, pues allí encuentra abundante alimento. Los pescadores utilizan grandes redes para pescarlo, y así se han descubierto unas 40 especies de tamaño y variable, que oscilan entre los dos centímetros y medio y los treinta centímetros.
Esta curiosa criatura es sólo un capricho de la naturaleza. A causa de su envoltura externa, no es comestible. Sin embargo, en la antigüedad se le atribuían grandes virtudes; así, por ejemplo, actuaba como un antídoto, si se preparaba con vino, miel y alquitrán; en cambio, macerado en vino producía un fuerte veneno. En la Edad Media se lo aconsejaba para combatir la fiebre. Hoy, cuando los productos químicos y farmacéuticos lo han sustituido por completo, el hipocampo solo sirve para mostrar una de las virtudes con que la naturaleza lo ha dotado: la forma en que los padres cuidan con gran dedicación a sus hijos.