jueves, 31 de julio de 2008

El cuento a través de la historia

En sus comienzos el cuento fue un relato oral transmitido de unos a otros, principalmente con el objeto de entretener. Apareció como una forma del folklore o tradición de los pueblos primitivos. Cuando finalmente pasó de contado de viva voz a escrito, sus formas conservaron el modo de la lengua hablada, como una prueba más de su origen.
Dos cosas conviene decir al hablar de la fijación por la escritura. La primera es que generalmente se recurría a la prosa, aunque también podía hacerse en verso, y la segunda es que la extensión o duración del relato, casi siempre breve, podía ser también larga.
Es decir, no hubo de entrada una estricta diferenciación entre la forma elegida (prosa o verso) y el largo de la narración (corto o extenso).
Antes de seguir adelante será mejor tal vez recordar la definición de la perceptiva literaria respecto del cuento. Para ello podemos valernos de una elaborada por un gran cuentista y teorizador del tema: el norteamericano Edgar Allan Poe, que vivió entre 1809 y 1849.
El célebre autor dijo que la longitud del cuento debe medirse con el doble criterio temporal y psicológico. Fijó para ello como duración máxima la que permite leer la narración de una sola vez, sin que decaiga la atención. (En tiempos de reloj esto significaría de media hora a dos horas.) El límite dado por Poe tenía en vista su tesis de que el cuento debía producir una impresión rápida y de conjunto. Para que eso ocurra, el tal cuento debe poseer construcción perfecta y una gran coherencia en el relato.
Otro gran autor, cuyos cuentos pasan por ser modelos del género, el ruso Antón Chéjov (1860-1904), solía instruir acerca del modo de escribirlos, diciendo que “una descripción auténtica de la naturaleza debe ser muy breve y tiene que poseer especial interés”. Se refería a los “adornos” del cuento, como la descripción. Agregaba también: “Es necesario adueñarse de los pequeños detalles, para agruparlos de modo tal que –durante la lectura- uno vea el paisaje evocado con sólo cerrar los ojos”.
Chéjov recurría al detalle que sintetiza la descripción y es un estado de ánimo capaz de evocar vivamente en la imaginación del lector lo que se le quiere decir. En esta técnica, llamada “miniaturista” reside mucho del encanto de sus bellas y humanas narraciones.
El cuento puede definirse pues, como el relato de anécdotas más o menos unitarias en la trama generalmente breves en la extensión. Pero como se trata de un género artístico que responde a leyes muy propias, ya que ha entrado en la faz de creación individual desde hace tiempo, habrá que modificar más de una vez esta definición.
Hace poco más o menos 40 siglos fueron fijados por escrito los que pasan por ser los más antiguos relatos dignos del nombre “cuentos”. La “Historia de Sinué” es un buen ejemplo de esa serie conservada. En la biblia, para los que la leen, hay mucho de la técnica del cuento del que venimos hablando. Bastaría pensar en el libro de Ruth y en el sueño de Nabucodonosor interpretado por el profeta Daniel para entender que el narrador ha echado mano de la vieja y placentera práctica.
La mitología, a la que eran tan afectos los griegos y romanos, les dio más de un asunto para la materia de sus cuentos, y así en los poemas de Ovidio puede rastrearse más de un relato equiparable a un cuento.
Pero mucho de ese material se ha perdido, lamentablemente, y sólo lo conocemos de segunda mano por copistas o traductores.
Al afianzarse las lenguas modernas, el cuento adquiere en la Edad Media gran vitalidad. Puede ser desenfadado, como en los “flabiaux” o trovas francesas, o moralizador, como en los “exempla” (ejemplos). Aparecen también verdaderos ciclos de relatos, los del “Roman de Renart” entre ellos, donde se recogen las aventuras y desventuras de Monsieur Renart, el famoso zorro.
Pero es el lapso que se extiende entre dos siglos, el XIV y el XV, el que da lugar a la aparición de los primeros grandes cuentistas, como el Infante Don Juan Manuel, en España; Bocaccio, en Italia; Chaucer, en Inglaterra, y Margarita de Navarra en Francia.
Sin embargo, aunque lo habían cultivado un Cervantes, un Perrault o un Galland (este último consiguió, con su traducción de “Las Mil y una Noches”, que proliferaran en Europa los cuentos de ambiente oriental), hay que llegar al Romanticismo, en el siglo XIX, para que se anuncie la Edad de Oro del cuento.
Todo comenzó con la revaloración del género, a cargo de estudiosos como los hermanos Grimm, felices recopiladores de cuentos folklóricos germanos. A ellos les siguieron creadores como Hoffman y, por último, con el advenimiento de la escuela literaria citada, aparecieron cuentistas que entre 1820 y 1850 representan lo mejor de Europa y Estados Unidos de América, como Nodier, Merimée, Nerval, Pushkin, Gogol, Hawthorne y el ya citado Poe.
Desde ese momento la literatura se enriquece con un género que continúa atrayéndonos y que ha tomados formas modernas, como el policial, el fantástico, terror, suspenso, el de ciencia-ficción o anticipación.
Entre los nombres más destacados que escribieron con posterioridad a los autores citados, y entre los estrictamente contemporáneos, habría que recordar a Maupassant, Kafka, Katherine Mansfield, Hemingway, Pirandello, Horacio Quiroga, Borges y Juan Rulfo.
Akira
Joselin

1 comentario:

Unknown dijo...

Me encanto el post... soy fanatico de los cuentos de varios generos.. aunque los que más me apasionan son las historias de terror.. y descubri que a mi hermanito tambien lo que me pone muy feliz... obviamente a su manera, en vez de leer le encanta mirar videos cuentos de terror ... que estan buenos, obvio, son para chicos..
pero bueno.. me encanta que siga viva la pasion por un buen libro, un buen cuento que nos haga viajar a otra realidad por un rato..
saludos..